Durante siglos los seres humanos trataron de explicar los fenómenos de la naturaleza (que observaban y sufrían pero no comprendían) desde un punto de vista mítico. Inventaban historias que daban un sentido a su mundo y les ayudaban a vivir conforme a él. Así, los relatos mitológicos describían a una serie de dioses que encarnaban el poder de esas fuerzas implacables que marcaban sus vidas. Ellos eran los causantes de que lloviera o no, de las grandes tormentas, innundaciones, terremotos, sequías, buenas cosechas, fertilidad, plagas, enfermedades, victorias o derrotas en la guerra...
Ante esas
fuerzas, los seres humanos se sentían impotentes. No podían tratar
de oponerse a ellas y trataban de ganarse el favor de los dioses para
ser favorecidos por ellos en la vida y en la guerra. Para
congraciarse construían templos, ofrecían regalos y sacrificios y
les honraban. Nunca sabían a ciencia cierta si sus ofrendas
aplacarían la ira divina, ya que su voluntad es caprichosa e
incomprensible para la razón humana.
Si
sobrevenía alguna desgracia natural, mala cosecha o se perdía en la
guerra, no podían sino culparse a sí mismos. No habían honrado lo
suficiente a los dioses o se habían quedado cortos en los
sacrificios. Tal vez descuidaron en su conducta los preceptos
sagrados. Habían molestado a las fuerzas sobrehumanas y tendrían
que resignarse al castigo. Los dioses no eran buenos ni malos, justos
ni injustos. Sólo dioses.
En cada comunidad
existía una o varias personas a quienes se presuponía la capacidad
de entrar en comunicación con los dioses, con las fuerzas de la
naturaleza. El resto de habitantes no eran capaces de entender por
qué se producían los fenómenos naturales ni qué debían hacer
para evitarlos. Necesitaban ponerse en manos de aquellos que sí
entendían. Una élite de expertos que interpretaban las señales,
recibían consignas y las transmitían al resto. Cuando un sacerdote
o chamán hacía saber al resto cuál era la voluntad de las
divinidades y lo que había que hacer para satisfacerle o aplacar su
ira, el resto de ciudadanos, asustados ante el peligro de no ser
suficientemente solícitos, obedecían a pies juntillas. Luchar
contra los dioses era imposible, y sólo les quedaba estar a bien con
ellos, al precio que fuera. Si los dioses pedían a tu hija en
sacrificio, a menudo era más un honor que una pena. Las leyes
divinas se convertían automáticamente en leyes políticas, de
obligado cumplimiento.
En esas sociedades
arcaicas, el poder religioso y el político eran una sola cosa, y se
encarnaba en los sacerdotes, chamanes o jefes de la tribu. Éstos,
representando la voluntad de los dioses, eran considerados en sí
mismos entidades sagradas, y su poder emanaba de las fuerzas
sobrenaturales. Quien se enfrentara a esos jefes se enfrentaba
también a los dioses y recibiría todo el peso de su cólera.
Hace ya siglos que
el pensamiento mítico fue superado en los países occidentales. La
ciencia comenzó a dar respuestas que contradecían los relatos
míticos. Se descubrieron las leyes naturales y el por qué de las
cosas. Así la humanidad podría liberarse del yugo mítico, del
fatalismo.
Se crearon los
estados nacionales y progresívamente fueron haciéndose laicos,
separando el poder político del poder religioso. Los dioses fueron
desenmascarados por la ciencia, hasta el punto de que Nietzsche dijo
su célebre frase: Dios ha muerto. Fue una creación humana y
los mismos hombres lo matamos al dejar de creer en Él.
...Pero desde hace
unas cuantas décadas, desde mediados del siglo XX, se está
producendo el camino inverso.
Efectivamente los avances científicos y tecnológicos nos han
permitido dominar la naturaleza. Podemos saber con suficiente
antelación cuándo va a producirse una erupción volcánica, o un
terremoto o un huracán. Podemos modificar el ADN y pedir niños "a
la carta". Los habitantes del mundo industrializado hemos
llegado a un punto de separación de la naturaleza en el que desde
que nacemos, prácticamente todo lo que nos rodea es artificial;
creado o modificado por la mano del hombre.
Si las sociedades
antiguas, como los indígenas americanos, vivían en perfecta
conexión con la naturaleza, sintiéndose un único ser, nosotros
prácticamente no tenemos nada que ver con ella. Nos separamos de
ella, la miramos como ajena a nosotros y nos proponemos dominarla y
ponerla a nuestro servicio. El hombre se enfrenta así a sus viejos
dioses, y aparentemente vence.
Hasta no hace
tanto tiempo la organización de la vida social se hacía conforme a
la naturaleza. El ritmo de la vida lo marcaban las estaciones del año
y las cosechas. En torno a ellas se hacían las festividades y su
ritmo dependía también del clima. La alimentación también
dependía de lo que la tierra daba en cada época del año, etc.
Hoy en día
nuestro calendario nada tiene que ver con eso, y las festividades que
se mantienen responden más a un sentido folclórico, tradicional o
religioso (no olvidemos que la iglesia católoca adoptó y
cristianizó muchas festividades ancestrales paganas que respondían
al ritmo de la naturaleza y no a Dios). Ya casi nadie sabe dónde
está el origen de cada festividad, y los gobiernos no dudan en
cambiarlas y redistribuirlas en el calendario laboral para sí
optimizar la producción.
Ya no sabemos qué
productos son de temporada, ni falta que hace. Los invernaderos y la
importación permite que siempre tengamos de todo aquello que nos
apetezca comer.
Si antes se vivía
conforme al orden natural, ahora la cultura (tal vez habría que
decir la hipertrofia de la cultura) convierte casi todas las
relaciones humanas en algo artificial y desnaturalizado.
Podría pensarse
que la racionalidad de nuestras sociedades nos libera del mito, nos
hace más conscientes y de esa manera nos permite progresar. Nada más
lejos de la realidad.
Si
antiguamente lo que resultaba inasequible para el entendimiento
humano eran los asuntos divinos y las leyes de la naturaleza, hoy en
día lo que resulta inasequible para la mayoría de ciudadanos
occidentales es la propia cultura y sociedad en la que vivimos. Y,
dado que nuestras sociedades son artificiales, la cultura y las
instituciones tienen para nosotros la importancia y los efectos que
para nuestros antepasados tenía la naturaleza. Las instituciones y
sistemas creados por el hombre pueden tener la fuerza devastadora de
tsunamis y volcanes. Aunque a diferencia de los sucesos naturales,
que son ajenos a nuestra voluntad, los sucesos artificiales son creaciones nuestras y podemos modificarlas. La política, la economía, relaciones internacionales, ciencia,
tecnología, derecho... Son materias tan complejas que no están al
alcance del entendimiento de la mayoría de la población.
Se ha creado una
nueva teología, como ya se viene diciendo desde hace tiempo, en la
que se reproducen las instituciones míticas pero con un cambio
fundamental. Donde antes estaba el olimpo de los dioses, ahora está
el mercado capitalista. Donde antes estaban Zeus, Ares, Poseidón,
Odín o Thor, ahora están Goldsman & Saachs, Standard &
Poor´s, Moodie´s, Botín, Amancio, Deutsche Bank, etc.
Al igual que la
naturaleza encarnada en las divinidades tiene sus propias leyes
inquebrantables, también el mercado capitalista tiene las suyas.
Las leyes del
capitalismo son: propiedad privada, acumulación y crecimiento
constante. Los mercados, con su poder absoluto y sobrenatural,
funcionan para y por estos tres elementos. Los mercados tienen un
poder absoluto, no rinden cuentas ante nadie más que sí mismos (la
asamblea de los dioses olímpicos), y utilizan todo su poder para
influír en el mundo real y garantizar que se cumplen las tres reglas
sagradas. El crecimiento económico es un fin en sí mismo. Igual que
si no se piensa en los dioses éstos desaparecen, si el capitalismo
no crece, muere.
Entonces, los
mercados, cegados en la búsqueda de la acumulación y el
crecimiento, desencadenan unas situaciones catastróficas para
millones de personas. Como podía hacer una hambruna hace mil años,
la especulación de los mercados con los alimentos puede matar a
cientos de miles de personas. Si hace mil años la peste negra
eliminó a un tercio de la población europea, la segunda guerra
mundial tuvo un efecto similar. Si un incendio puede provocar la
destrucción de bosques enteros, ahora la devastación del planeta la
lleva a cabo el mercado.
Y tal como Dios
destruyó Sodoma y Gomorra por desviarse de las normas divinas, así
los mercados han arrasado multitud de ciudades y países por
empeñarse en ser díscolos. Podemos hablar de Nicaragua, Chile,
Irak, Cuba...
Si la unión del
poder político y religioso podía dar lugar a tiranías "legítimas",
de la misma manera la unión entre el poder político y el mercado
legitima ante mucha gente el poder despótico del partido en el
gobierno. - Tomamos éstas decisiones porque son las últimas
posibles. Nosotros y nuestros expertos (que tenemos línea directa
con los mercados cuando entramos en trance durante nuestros bailes
ceremoniales puestos de peyote hasta las cejas) conocemos las medidas
necesarias para calmar a los mercados, darles certidumbres y así
poder seguir creciendo.Sabemos que hay a quienes no les gustan.
Sabemos que pueden ser la mayoría de la población, pero no tenemos
más remedio que ignorarles, porque ellos no saben, no comprenden que
éste es el único camino posible-.
Las fuerzas
de los mercados, como las de los dioses, son sobrenaturales. Los
humanos no debemos ni siquiera soñar con desafiarlas, puesto que
moriremos o padeceremos mil penurias en el intento. Así, las fuerzas
de los mercados son consideradas en la nueva mitología un poder
omnipotente. Los ciudadanos de a pie nos encontramos bajo sus
designios, sufrimos sus crisis y sus guerras, pero se nos dice que es
imposible enfrentarse a ellos. Ni siquiera los poderosos estados
nacionales osan contradecir a esas nuevas y artificiales divinidades,
que de vez en cuando expresan sus voluntades y designios diréctamente
a través de sus oráculos; el FMI, BCE y BM.
Además el
concepto de justicia o injusticia no es aplicable a los mercados.
¿Alguien puede osar a juzgar la legitimidad de Zeus y no ser un
loco? Los dioses, y también los mercados, hacen lo que hacen
obedeciendo a sus propias leyes. actúan como actúan y así ha de
ser. No tiene sentido hacerles responsables o culpabilizarles por el
mal que provocan. Si los humanos no hubiesemos pecado o faltado, no
sufriríamos el castigo.
Como si de
chamanes o sumos sacerdotes se tratara, en nuestra sociedad podemos
encontrar una élite de expertos que tienen la capacidad de
comunicarse con los mercados, recibir sus demandas y transmitirselas
al resto de mortales. Los demás no entendemos los procesos que nos
llevan y nos traen, pero nos fiamos de los economistas, tecnócratas
y políticos que nos dicen. -Ésto es lo que los mercados piden.
Carne humana. Tenemos que darsela y confiar que así se
tranquilicen-. Nadie sabe a ciencia cierta si se conseguirá, ya
que los mercados, como los dioses, son impredecibles. Hoy pueden
querer la privatización de la sanidad española y mañana ya no ser
suficiente. Pero el mensaje es ese; no tenemos otro camino más que
obedecer a sus leyes y tratar de ganarnos su favor, con el
convencimiento de que si les honramos como quieren y obedecemos a sus
designios, nos permitirán llevar una vida tranquila y feliz, llena
de satisfacciones. Pero si nos enfrentamos a ellos... Caerá sobre
nosotros su cólera.
Y qué es lo que,
a grandes rasgos, piden los mercados? Propiedad privada, acumulación
y crecimiento. Pues eso es lo que tenemos que darles. Si los altos
salarios, servicios públicos, legislación laboral y medioambiental,
impuestos a las empresas y persecución del fraude a gran escala,
frenan el crecimiento... Se prescinde de ellos y punto.
Así, toda la
estructura social, desde las leyes, economía, policía, educación,
familias, estado, ciencia... Deben estar orientadas a garantizar el
crecimiento y no entorpecer ni la propiedad privada ni la
acumulación.
Es cierto que eso
tiene unas consecuencias colaterales. Si se crece mucho pero se
acumula cada vez más significa que la riqueza se reparte menos y que
progresivamente hay gente a la que toca una parte pequeña, muy
pequeña o nula (más de mil millones de personas viven con menos de
un dólar diario). Conlleva también que los recursos naturales y
humanos que podrían utilizarse para satisfacer necesidades básicas
(o al menos necesidades reales) se emplean en producir cosas absurdas
e innecesarias, cuando no diréctamente nocivas para la salud y el medio ambiente. Todo
para continuar creciendo y que la rueda no se pare.
A los dioses del
pasado había que rezarles. En cada comunidad se erigía un templo, o
una iglesia. Sin escatimar en gastos; la acumulación de riquezas era
ostentosa. Los fieles tenían la obligación para con Dios de acudir
periodicamente a rezar, depositar ofrendas... Así el Dios o dioses
estaban contentos y no jodían la vida a los fieles.
¿No se ha
sustituído el culto religioso por el culto al mercado? En cada
localidad, por pequeña que sea, encontramos grandes y ostentosos
centros comerciales. Los modernos templos erigidos al mercado. Allí
se congregan los fieles para cumplir con sus obligaciones. Consumir.
Así satisfacen a
los mercados permitiendo que la producción aumente y el crecimiento
no se detenga. Hay que comprar todo lo que se pueda, y no importa si
es necesario o no, porque si se cumple con el precepto los dioses
responderán haciéndonos felices. ¿No es eso lo que dicen los
anuncios publicitarios colocados por doquier? Ahora bien, si no se
hace, si el consumo decae... El crecimiento se detiene y la ira
divina caerá sobre nuestra pequeña y pagana comunidad. ¿No envió
Dios un diluvio de cuarenta días y cuarenta noches? No debemos
esperar menos si nosotros nos apartamos del mercado.
A medida que el
poder teocrático (la palabra de Dios hecha ley) se hizo
fuerte también se ha volvió intolerante. Si los primeros cristianos
fueron perseguidos por el imperio romano acusados de cuestionar a los dioses
paganos, la iglesia católica, al lograr convertirse en religión
oficial, emprendió en nombre de Dios una persecución contra
cualquier interpretación de la palabra divina que se apartase del
dogma de Roma (paradójicamente también lo hizo el calvinismo
cuando, tras ser perseguido por la Iglesia Católica logró asentarse
en Ginebra y lograr el poder, persiguiendo a otros).
También el poder
tecnocrático (la palabra de los mercados hecha ley) ataca con furia
divina a cualquier otra interpretación de la economía que ponga en
riesgo su supremacía. Antes los cátaros, ahora los comunistas o los
socialistas. Antes los masones, ahora los decrecentistas. Antes las
brujas, ahora los anarquistas. Antes las cruzadas, ahora la lucha
contra el terrorismo.
Por supuesto que
para poder llevar a cabo una persecución eficaz, hay que contar con
un aparato militar importante. La Iglesia Católica Apostólica
Romana contaba con los ejércitos vaticanos y con el apoyo de
multitud de reyes cristianos dispuestos a poner dinero, armas y
hombres a su servicio. Hoy en día el mercado tiene a su servicio el
poderoso ejército de los Estados Unidos Y por si eso no fuera
suficiente, cuenta también con multitud de estados vasallos
dispuestos a porporcionar legitimidad (Aznar en la foto de las
Azores), infraestructura (España y los vuelos secretos de la CIA), y
ejércitos y bases (OTAN).
Pero para que el
poder divino sea realmente efectivo, no puede sustentarse
exclusivamente en la fuerza bruta. Tiene que estar profundamente
interiorizado y aceptado por la población. Ha de formar
necesariamente parte fundamental de la cultura, estar arraigado en lo
más profundo de cada individuo. Por eso en otros tiempos la
educación fue monopolizada por el poder religioso. La vida de cada
niño debía girar en torno a la religión, al temor y amor a Dios,
conocer el dogma, los sacramentos, los valores. Ser premiados cuando
se cumplían y castigados cuando no.
Hoy en día la
educación es controlada por el mercado. Aunque la iglesia todavía
cuenta con una gran cantidad de centros de enseñanza, el sistema
educativo está regulado por las leyes que dicta el gobierno. Así,
la educación de los niños es cuidadosamente dirigida al
conocimiento y aceptación de los dogmas, cultura, valores y hábitos
del mercado, junto con un adiestramiento técnico acorde a las
necesidades del mismo. (no por casualidad la reforma educativa
aumenta las cargas lectivas en asignaturas instrumentales y las
disminuye en las de humanidades).
Es cierto que no
toda la sociedad comulga con el discurso mítico al que nos hemos
referido. Existen muchas decenas de miles de personas, en nuestro
país y en el mundo, que piensan que la sociedad tiene que reaccionar
y darse cuenta de que las leyes del capitalismo llevarán el planeta
a la destrucción. Hay grupos que se esfuerzan en hacer llegar a la
gente el mensaje de que el discurso mítico de los mercados es un
fraude inventado para que no nos rebelemos contra quienes mandan.
Pero no son la mayoría y tampoco tienen poder. Las autoridades y los medios de comunicación, como sacerdotes divinos que son, les silencian y si es necesario también les persiguen. Les llaman herejes, antisistema, brujos, radicales. Y se justifica su persecución por el riesgo que suponen para el progreso, el crecimiento y el bienestar de la mayoría.
Pero no son la mayoría y tampoco tienen poder. Las autoridades y los medios de comunicación, como sacerdotes divinos que son, les silencian y si es necesario también les persiguen. Les llaman herejes, antisistema, brujos, radicales. Y se justifica su persecución por el riesgo que suponen para el progreso, el crecimiento y el bienestar de la mayoría.
Tal vez, y
sólo tal vez, esas grandes minorías tengan algo de razón en lo que
dicen. Y al menos, si el resto nos replanteamos nuestros dogmas, tal
vez podamos darnos cuenta. Que el mercado no es economía, sino una
forma de economía. Que el estado no es gobierno, sino una forma de
gobierno.
Que el capitalismo
sin control nos llevará al desastre humano y medioambiental. Que él
mismo no va a controlarse, y los políticos tampoco van a hacerlo si
los ciudadanos no les obligamos a ello.
Y para eso primero tenemos que tener muy claro que... ¡Es posible!
Y para eso primero tenemos que tener muy claro que... ¡Es posible!
Genial paralelismo entre la "divinidad" de antaño y la de ahora...mismos perros, diferentes collares, mismos anhelos de control oligárquico, diferentes épocas, mismas miserias...la condición humana...se demuestra que la evolución es lenta...
ResponderEliminar"El hombre gato"
Nos creemos que hemos salido de la caverna pero solo ha sido para meternos en otra. Menos mal que los gatos pueden ver en la oscuridad y buscar la salida!
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