Antes de la democracia y de que
la constitución reconociera a todos los individuos el estátus de
ciudadanos, los derechos y libertades que hoy nos parecen "naturales"
como el voto, reunión, libertad de expresión, etc, no existían más
que para unos pocos privilegiados. Las clases populares no tenían
derecho a intervenir en la vida política, ni siquiera de forma
representativa. Eran oprimidos y siempre lo habían sido, ya fuese
por el señor, el amo, el empresario, el rey o el obispo.
Estaban expuestos a una gran
inseguridad y por eso los obreros, vecinos, estudiantes, artesanos,
jornaleros desrollaron entre ellos fuertes vínculos y redes
sociales, para protegerse y ayudarse unos a otros. Una desgracia
sucedida a una familia del pueblo incumbía también a sus vecinos,
que se volcaban en ayudar. Una desgracia sucedida a un obrero en la
fábrica incumbía a sus compañeros, que se apresuraban a apoyarse
(aunque los obreros fabriles conservaban la solidaridad como
reminiscencia de un pasado cercano en el pueblo. La conciencia de
clase la recuperó, pero la vida en las ciudades es un germen para el
individualismo). La cultura popular era solidaria, tal vez por
necesidad, tal vez por supervivencia.
Cuando a la cultura solidaria
popular se le sumó una ideología emancipatoria como el
socialismo, fue fácil que cristalizara en organizaciones de diversa
índole, de manera que actuando juntos y coordinados, consiguieron un poder real que podían utilizar para mejorar sus vidas.
Cuando los obreros comenzaron a
organizar las primeras huelgas, éstas no eran legales. Los obreros
no tenían el derecho a organizarse en sindicatos ni convocar
huelgas. El gobierno y los empresarios podrían decir en aquella
época – Quéjense si quieren, pero deben respetar el marco
legal, ¡no pueden saltarse las leyes a la torera! -. Si los
obreros hubieran obedecido las leyes, tal vez hoy todavía tendríamos
las condiciones laborales del S.XIX. Pero no lo hicieron.
Desobedecieron, se enfrentaron a los palos, la cárcel y las balas
para conseguir poner en pie una herramienta que en los años
sucesivos ayudó enormemente al empoderamiento real de la clase
trabajadora. Gracias a organizarse en sindicatos y a convocar
huelgas, los obreros lograban intervenir en un área que hasta entonces
era monopolio de los empresarios; la economía. En pleno auge del
capitalismo industrial, los obreros eran capaces de detener la producción de
forma indefinida. Evidentemente eso suponía un grave problema para
el sistema capitalista que en esos años se basaba en la producción.
Primero trataron de evitarlo utilizando su fuerza y la del Estado.
Policía, pistoleros, represión, despidos... Pero las redes de los
obreros, sus cajas de resistencia, apoyo mutuo y solidaridad, hacían
frente con éxito a las agresiones estatales – empresariales. Los
obreros, insignificantes individualmente o en pequeños grupos,
tenían una fuerza descomunal al organizarse. Habían equilibrado la
relación de fuerzas, se habían empoderado.
En los años siguientes la clase
trabajadora consiguió muchas mejoras y derechos, no porque el
gobierno se los concediera, sino porque conseguían arrancarlos.
Habían logrado poder, y lo ejercían sin formar parte de
gobiernos ni parlamentos.Crearon sus propias redes culturales, ateneos, escuelas libres, casas del pueblo, prensa, incluso estructuras económicas como colectividades y cooperativas.
La dictadura destruyó todas esas redes.
La dictadura destruyó todas esas redes.
Con la llegada de la democracia,
el Estado se asignó la misión de velar por los derechos alcanzados
por los ciudadanos. Éstos sólo tenían que elegir a sus
representantes en el parlamento, en los comités de empresas, en los
consejos escolares, en las juntas municipales... De manera que las
redes sociales ciudadanas, las organizaciones de base que constituyeron
el poder real de los ciudadanos y que durante el franquismo trataron de sobrevivir en la clandestinidad, ya no tenían razón de ser. Se disolvieron y fueron sustituídas por
organizaciones institucionalizadas de representantes.
El poder real
de los ciudadanos desaparece y se transforma en un poder transferido
a quienes se supone que representan su voluntad.
Los años han demostrado que las
organizaciones encargadas de representar los intereses colectivos no
cumplen con su función. Ni los partidos políticos, ni los
sindicatos (conviene recordar que sólo UGT y CCOO tienen el estátus
de representativos a nivel nacional) son realmente democráticos
aunque traten de aparentarlo, ya que las constitución les obliga
(art. 6 y 7). Las bases son meras comparsas, y unas cúpulas
áltamente burocratizadas deciden sin tener en cuenta más que sus
propios intereses; fundamentalmente mantener cuota de poder.
Entonces los ciudadanos que
antaño formaron grupos de base, quienes lograron enpoderarse y
arrancar derechos, junto con sus descendientes nacidos ya en
democracia y sin conocer otra cosa más que la representatividad, se
desengañan. Exigen, no acabar con la democracia, sino más democracia, lograr ser
tenidos en cuenta como en otra época lo fueron. Es decir, buscan
empoderarse de nuevo, no metiendo a diputados en el parlamento, sino
que los parlamentarios tengan que tenerles en cuenta para gobernar,
nivelar la relación de fuerzas.
Lo que sucede es que cuando
queremos hacer ésto nos encomtramos con una sociedad muy diferente
de aquella que se empoderó gracias a sus vínculos y organizaciones.
Porque el individualismo se ha impuesto de manera que pocos se
sienten unidos a sus compañeros (no ya de oficina, sino
trabajadores en general. No ya amigos de clase, sino estudiantes en
general. No ya con el vecino de la puerta de al lado, sino con el
barrio, etc). El vínculo social está roto y ha sido sustituído por
la competitividad extrema entre nosotros. Puede que la clase obrera
no exista ya tal y como la definió Marx, pero existe una diferencia
fundamental entre quienes acaparan la propiedad privada, el capital,
el poder económico, político e ideológico... Y aquellos que nacen
con la obligación de vender su fuerza de trabajo (física o
intelectual) para poder vivir.
Que no pueden siquiera decidir donde
trabajan, sino aceptar el trabajo que se les ofrezca.
Que no tienen capacidad para decidir
realmente sobre sus propias vidas y mucho menos sobre el rumbo del
país, por mucho que la propaganda oficial nos diga lo contrario.
El problema es que muchos nos lo hemos
creído. Hemos asimilado la cultura, idología y argumentos de
quienes tienen el poder, y creemos que para vivir mejor tenemos que
competir con nuestro vecino en lugar de colaborar con él. El mercado ha colonizado todas las áreas que en su momento conquistaron los ciudadanos. Tanto la educación como los medios de comunicación, la economía, la cultura... Pertenecen al mercado.
La propaganda oficial es my
poderosa y no para de repetir que democracia es votar, que si no
estamos contentos cambiemos nuestro voto, que el estado de derecho no
permitirá transgredir las normas, que los políticos son los
representantes legítimos del pueblo, etc.
Pero no dicen que el poder real, aquel
que no reside en el parlamento, lo acaparan otros grupos. Que los
mercados, los grandes capitales, empresarios etc, se agrupan en
lobbys, patronales y confederaciones sectoriales, y ellos no recurren
al voto para conseguir lo que quieren. Tienen poder real y lo
ejercen. Un poder real del que privan a los ciudadanos, y que muchos
de nosotros nos lo negamos también o ignoramos siquiera la
posibilidad de su existencia.
Por lo tanto el problema es
doble.
- Por un lado, los vínculos comunitarios están rotos, y los ciudadanos estamos mutando (como dijo Pasolini) en consumidores. Muchos ciudadanos no desean empoderarse, ni siquiera se lo plantean y si lo hacen no entienden para qué serviría. Ya hay otros – piensan ellos – que se encargan de éstas cosas. La política a los políticos. Yo lo que quiero es tabajo y recuperar mi nivel de vida. Comprar y consumir a tutiplen.
- Por otro lado aquellos muchos que desean empoderarse de nuevo, están desorientados. Dan palos de ciego sin saber cómo adaptarse a la nueva realidad. Buscan las viejas organizaciones que en su momento sirvieron, pero éstas o no están o ya no son útiles. Piensan en nuevas formas de organizarse más allá de los paradigmas conocidos, pero esa es una difícil labor, y hasta ahora no se está consiguiendo satisfactoriamente.
SINDICATOS. En nuestro país
existen muchos, algunos de ellos muy combativos, pero al igual que
sucede con los partidos políticos, la representatividad de los
trabajadores está institucionalizada en los sindicatos mayoritarios;
UGT y CCOO. Al igual que sucede con PSOE PP en el ámbito de la
política nacional, reciben prebendas y trato preferente por parte de
la legislación, por lo que la libre competncia entre organizaciones
queda totalmente viviada.
Con respecto a los grandes sindicatos,
han perdido mucha fuerza debido a la desindustrialización, al auge
del sector terciario, a la pérdida de la solidaridad y la conciencia
de clase, la aumento de la población desempleada, a la división
entre autónomos, temporales, fijos, funcionarios, precarios,
subcontratados etc. Aparte hay que sumar los ataques que les han
lanzado y les lanzan sistemáticamente desde el neoliberalismo
político e ideológico con el fin de debilitar las organizaciones
obreras para minar su resistencia en el proceso de desmantelamiento
del Estado de Bienestar. A eso hay que sumar también la función
reaccionaria que en demasiados casos hacen éstas organizaciones
dentro y fuera de las empresas, tratando de conseguir votos en las
elecciones a toda costa para que repercuta en delegados y
representatividad (en mi pasado sindicalista he vivido las
situaciones de listas pro empresas diseñadas por éstos sindicatos),
y anteponiendo los intereses de sus organizaciones a los de la
sociedad en general y la clase trabajadora en particular. A su
pérdida del carácter revolucionario puesto que en el pacto social
aceptaron el sistema capitalista, el crecimiento como máxima, la
propiedad privada sin límites. Criticar el capitalismo sin criticar
el crecimiento es una incoherencia.
El índice de afiliación es bajísimo,
pero los trabajadores no se han desafiliado a los sindicatos para
participar en otras organizaciones, sino que ha dado como resultado
un vacío.
HUELGA: para convocar una huelga
general, que es la única con fines emancipatorios globales, en
primer lugar hay que contar (si no legalmente, sí de facto) con la
convocatoria de las grandes centrales sindicales, y éstas sólo lo
hacen cuando interesa a sus propios intereses. Aun así, cuando las
convocan, tienen problemas para conseguir grandes índices de
participación dado su gran desprestigio social.
Además la huelga es inasumible para
muchos trabajadores que no pueden soportar económicamente más de
uno o dos días sin salario.
En el sector servicios, la precariedad
e inseguridad laboral hacen al trabajador mucho más vulnerable a las
presiones del empresario. Al estar físicamente separados, los
trabajadores no desarrollan el sentimiento de camaradería de las
grandes inductrias (en la lucha de los mineros pude ver el último
reducto de ese tipo de compañerismo y lucha abocado a la extinción).
Aunque la huelga lograra ser exitosa,
hasta ahora en democracia no se ha convocado más de un día. Las
leyes limitan mucho el derecho de huelga, ya que los servicios
mínimos impiden que el país quede económicamente paralizado.
Aunque supone perjuicio, las empresas se preparan para aguantarlo y
al día siguiente paz y después gloria.
MANIFESTACIONES: al igual que
sucede con el derecho a la huelga, que formalmente se reconoce pero
en la práctica está capado, el derecho a manifestarse es similar.
Primeramente, la debilidad de las organizaciones tradicionales
dificultan la convocatoria masiva, el boicot de los medios de
comunicación y su tergiversación de las causas e intereses ante la
opinión público, priva a las manifestaciones populares de parte de
su fuerza. Las leyes obligan a los manifestantes a respetar los
lugares y límites que marcan las autoridades (que normalmente son
el blanco de las manifestaciones), y el aparato represivo está
siempre preparado para actuar implacablemente en cuanto alguien
quebrante la normativa.
Aaun en el caso de que, como sucedió
durante el movimiento 15M en 2011, se superen los obstáculos, el
movimiento conecte con gran parte de la ciudadanía y se sucedan
manifestaciones masivas... Aunque se pille a contra pie a los MMCC y
no se atrevan a oponerse frontalmente al movimiento (al menos al
principio, hasta que se recolocaron y contraatacaron destrozándolo a
ojos de la opinión pública en cuestión de meses)... Su resultado es nulo. Es
decir, las manifestaciones por sí solas no cambian realidades, no
obligan a gobiernos a modificar su postura. Porque la tesitura en la
que nos ponen es que si cumplimos las normas nos dejan manifestarnos,
gritamos ante edificios vacíos y luego nos vamos sin cambiar nada.
Si los ánimos se encienden y se decide a desobedecer, el aparato
represor caerá con toda la fuerza de sus porras y pelotas de goma.
Por lo tanto una manifestación es muy útil como comienzo, como
pulso, como toma de contacto, como acumulación de energía. Pero una
vez sucede hay que llevar esa energía hacia alguna parte, ya sea la
revolución (si se consigue aglutinar a una parte importante de la
población, cosa que es difícil enfrentándose al poder brutal de
los MMCC) o la puesta en marcha de proyectos políticos ciudadanos de
diversa índole. Si el 15M sacó a la calle a cientos de miles de
personas sirve para calcular el potencial de participación y
aceptación de proyectos.
En conclusión:
SINDICATOS: han de seguir existiendo,
son una herramienta útil para lograr mejoras o más bien evitar
agravios y ataques a los trabajadores tanto en las empresas como en
las leyes. Pero ya no son las organizaciones que aglutinan a la
mayoría de la población como sucedía con la clase obrera hace
décadas.
HUELGAS: herramienta a seguir
utilizando en las luchas sindicales y tal vez con carácter
revolucionario si la situación de conflictividad social llega a
ciertos límites y la gente está dispuesta a hacerla indefinidamente
y saltandose las normas.
MANIFESTACIONES: útiles herramientas
para tomar el pulso, para reunir fuerzas, pero mueren por sí solas
si no se traducen en iniciativas que canalicen la energía.
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