miércoles, 11 de julio de 2012

Puxa Asturies! Crónica de la entrada en Madrid de la Marcha Negra.


Por fin el martes llegaron a Madird los mineros que llevaban catorce días caminando desde sus respectivas cuencas mineras. De Asturias, Aragón, Leon... Tras unas horas de descanso en un polideportivo de Cuidad Universitaria, entraron en la ciudad a las diez de la noche para hacer un recorrido por Princesa, Gran Vía y terminar en la Puerta del Sol. Yo me junté con un grupo de amigos y fuimos a darles la bienvenida a la Plaza de España. No se merecen otra cosa éstos héroes que están siendo capaces de darlo todo por defender su futuro y el de sus familias. Saben que éste no está en la minería, que la extracción de carbón tiene los días contados en España, pero no puede hacerse de ésta manera. La subvenciones iban a ir retirándose de manera progresiva y así lo pactó el gobierno con los sindicatos. Al tiempo que se abandonase la actividad minera debía irse creando un nuevo tejido económico que pudiera sustituírlo. Pero el actual gobierno no lo ha respetado, pretende retirar la subvención de un plumazo obviando los acuerdos firmados, y dejar a una gran cantidad de trabajadores, familias y comunidades sin medios de subsistencia.
Los mineros saben que están abocados a la extinción, y con ellos tal vez desaparezca también toda una forma de lucha obrera. Son un sector extraño dentro del actual tejido social y económico. Su sentimiento de clase, de comunidad, solidaridad y lucha es cosa rara en unos tiempos en que a cada trabajador le importa muy poco lo que pase a su vecino.
Por eso nos sentimos en la obligación moral de apoyarles, y allí estuvimos.
Aproximadamente a las doce de la noche aparecieron los primeros candiles en la lejanía, tan característicos de los cascos de los mineros. Eramos cientos de personas los que esperábamos en la plaza, y muchos más los que se apiñaban en la Gran Vía para hacer saber a los mineros que no están solos en ésto. Que sus problemas son los nuestros, y que todos juntos debemos solucionarlos. Porque aunque las autoridades de Madrid trataron de impedirles entrar por carretera (tuvo que ser el Tribunal Superior de Justicia quien obligara a la Comunidad de Madrid a cortar la autopista A5), la ciudadanía es otra cosa.
Me sorprendió ver que no eran sólo los doscientos mineros con sus familias y vecinos quienes componían la marcha, sino que iban acompañados de miles de personas que les habían recibido ya en Moncloa. Si me pongo en el pellejo de esos mineros, extenuados tras tantos días de marcha aunque con el ánimo bien alto, cuando pasaban ante miles de madrileños que les aplaudían y les gritaban cosas como "esta es nuestra selección", entiendo que les costara trabajo reprimir las lágrimas por la emoción. Delante de mi había una señora mayor que lloraba a lágrima viva ante el paso del reducido grupo de mineros, delimitado por un cordón que les hicieron los bomberos de Madrid. Al verla llorar fueron varios los mineros que se salieron del cordón para abrazarla y decirle que por favor no llorara porque ésto se iba a solucionar. En ese momento también yo me emocioné.
Tras el paso de la columna nos unimos a ella y juntos nos dirijimos hacia la puerta del sol.
Al pasar por delante de la sede del PSOE, situada en la Plaza del Callao, observamos una pancarta que colgaba de la fachada y que rezaba "Madrid apoya a los mineros". Inmediatamente comenzaron los silbidos y abucheos, junto con gritos de "PSOE, PP, la misma mierda es". ¿Quién se cree ya los discursos sociales e izquierdstas de Rubalcaba?
Cuando llegamos a la Puerta del Sol, a eso de la una y media de la madrugada, éramos ya miles de personas. El ambiente era impresionante, y nadie que no estuviera allí podrá entender la emoción que vivimos. No se paraba de cantar, gritar, aplaudir, mientras ellos, sentados en el suelo, cantaban Santa Bárbara, el himno de los mineros.
Para finalizar la noche dos mineros dijeron unas palabras a los congregados, haciendo saber que no se rendirían y dejando claro que ellos, los mineros, van a estar luchado junto a todos los sectores de la sociedad que se mueven por evitar los recortes y ataques contra la ciudadanía y la clase trabajadora. Los profesores, personal sanitario, funcionarios, parados, jubilados, etc.
Al concluír se emplazó a acudir a la manifestación del día siguiente, que recorrería el Paseo de la Castellana desde Colón hasta el Ministerio de Industria.

A las once en punto partió la manifestación bajo un sol de justicia pero con el ánimo, si cabe, más alto que la noche anterior. Había mucha más gente, allí estaba todo el mundo, desde los sindicatos mayoritarios hasta los más pequeños y combativos. Jóvenes y mayores, madrileños y aturianos, leoneses, vascos, castellanos que habían acudido en autobuses. El ambiente era ensordecedor, los petardos no paraban de sonar por todas partes. La marcha sucedía de manera totalmente pacífica y la presencia policial era, si no escasa, al menos poco visible.
Todo cambió al llegar a nuestro destino, el ministerio de industria. El edificio se encontraba vallado y custodiado por al menos una decena de furgones policiales. Unos cien metros más arriba estaba previsto decir unas palabras desde un escenario habilitado para tal efecto, y allí se situaron los líderes de los sindicatos mayoritarios junto a los mineros.
Pero la historia estaba en otro lado. Unos cuantos manifestantes se empeñaban en derribar las vallas del perímetro de seguridad del ministerio y algunos, pocos, comenzaron a lanzar objetos a la policía. El ambiente comenzó a ponerse tenso y enseguida supimos que aquello no podía acabar bien. En el escenario, a pocos metros, comenzaron los discursos, tratando de mantenerse ajenos al enfrentamiento que comenzaba entre manifestantes y policía. La manifestación había quedado cortada casi al principio de la misma, de manera que la mayoría de la gente se encontraba tras la gran brecha que ya se había creado en el Paseo de la Castellana. Tal y como temíamos comenzaron a aparecer grupos de antidisturbios desde las calles adyacentes y comenzaron a a cargar contra quienes trataban de invadir el perímetro de seguridad. Por momentos cundió el pánico entre unos manifestantes que ni deseaban que sucedieran actos violentos, ni estaban preparados para ellos. El sonido de las escopetas de la policía ahogaba los petardos de los manifestantes. Las pelotas de goma comenzaron a verse por los aires.
A mí personalmente me fastidiaba que todo aquello estuviera sucediendo y me negué a tomar parte en los enfrentamientos, pero quise estar cerca para observar lo que sucedía. La policía disparaba y lo hacía apuntando directamente al cuerpo de las personas, causando que en unos minutos varios manifestantes resultasen heridos. Yo pude ver a una señora de unos cincuenta años siendo atendida en un banco por el impacto de una de esas pelotas.
Tras una serie de escaramuzas, la manifestación quedó disuelta, y aunque de fondo podían oírse las voces de quienes tomaban la palabra en el escenario, casi nadie les hacía caso. Sabíamaos que en los telediarios aparecerían los incidentes y que una vez más eso no sería beneficioso para nadie salvo, tal vez, para el gobierno.
Quiero hacer una reflexión sobre lo que he visto ésta mañana. ¿Por qué empeñarse en provocar a unos policías que obedecen órdenes de sus amos y que van armados hasta los dientes? ¿Alguien en su sano juicio cree que podría derrotarlos? Y en el caso de que lo consiguieran ¿De qué serviría? Es posible que en determinadas circunstancias no quede más remedio que recurrir a la violencia, pero desde luego ésta mañana no era el caso. Yo que estaba allí tengo que decir que la policía no fue la que pegó primero. Ya sé que muchos lo estaban deseando, que son los perros del poder y que hay quien les tiene mucho asco. Pero debemos empezar a pensar de una manera más práctica, aceptar que en ésta lucha cada cual está haciendo su papel, tiene unas cartas y ha de jugarlas de la manera más inteligente. Desde luego a violencia no les vamos a ganar.

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