Por fin el martes llegaron a Madird los
mineros que llevaban catorce días caminando desde sus respectivas
cuencas mineras. De Asturias, Aragón, Leon... Tras unas horas de
descanso en un polideportivo de Cuidad Universitaria, entraron en la
ciudad a las diez de la noche para hacer un recorrido por Princesa,
Gran Vía y terminar en la Puerta del Sol. Yo me junté con un grupo
de amigos y fuimos a darles la bienvenida a la Plaza de España. No
se merecen otra cosa éstos héroes que están siendo capaces de
darlo todo por defender su futuro y el de sus familias. Saben que
éste no está en la minería, que la extracción de carbón tiene
los días contados en España, pero no puede hacerse de ésta manera. La
subvenciones iban a ir retirándose de manera progresiva y así lo
pactó el gobierno con los sindicatos. Al tiempo que se abandonase la
actividad minera debía irse creando un nuevo tejido económico que
pudiera sustituírlo. Pero el actual gobierno no lo ha respetado,
pretende retirar la subvención de un plumazo obviando los acuerdos
firmados, y dejar a una gran cantidad de trabajadores, familias y
comunidades sin medios de subsistencia.
Los mineros saben que están abocados a
la extinción, y con ellos tal vez desaparezca también toda una
forma de lucha obrera. Son un sector extraño dentro del actual
tejido social y económico. Su sentimiento de clase, de comunidad,
solidaridad y lucha es cosa rara en unos tiempos en que a cada
trabajador le importa muy poco lo que pase a su vecino.
Por eso nos sentimos en la obligación
moral de apoyarles, y allí estuvimos.
Aproximadamente a las doce de la noche
aparecieron los primeros candiles en la lejanía, tan característicos
de los cascos de los mineros. Eramos cientos de personas los que
esperábamos en la plaza, y muchos más los que se apiñaban en la
Gran Vía para hacer saber a los mineros que no están solos en ésto.
Que sus problemas son los nuestros, y que todos juntos debemos
solucionarlos. Porque aunque las autoridades de Madrid trataron de
impedirles entrar por carretera (tuvo que ser el Tribunal Superior de
Justicia quien obligara a la Comunidad de Madrid a cortar la
autopista A5), la ciudadanía es otra cosa.
Me sorprendió ver que no eran sólo
los doscientos mineros con sus familias y vecinos quienes componían
la marcha, sino que iban acompañados de miles de personas que les
habían recibido ya en Moncloa. Si me pongo en el pellejo de esos
mineros, extenuados tras tantos días de marcha aunque con el ánimo
bien alto, cuando pasaban ante miles de madrileños que les aplaudían
y les gritaban cosas como "esta es nuestra selección",
entiendo que les costara trabajo reprimir las lágrimas por la
emoción. Delante de mi había una señora mayor que lloraba a
lágrima viva ante el paso del reducido grupo de mineros, delimitado
por un cordón que les hicieron los bomberos de Madrid. Al verla
llorar fueron varios los mineros que se salieron del cordón para
abrazarla y decirle que por favor no llorara porque ésto se iba a
solucionar. En ese momento también yo me emocioné.
Tras
el paso de la columna nos unimos a ella y juntos nos dirijimos hacia
la puerta del sol.
Al
pasar por delante de la sede del PSOE, situada en la Plaza del
Callao, observamos una pancarta que colgaba de la fachada y que rezaba
"Madrid apoya a los mineros". Inmediatamente comenzaron los
silbidos y abucheos, junto con gritos de "PSOE, PP, la
misma mierda es". ¿Quién
se cree ya los discursos sociales e izquierdstas de Rubalcaba?
Cuando
llegamos a la Puerta del Sol, a eso de la una y media de la
madrugada, éramos ya miles de personas. El ambiente era
impresionante, y nadie que no estuviera allí podrá entender la
emoción que vivimos. No se paraba de cantar, gritar, aplaudir,
mientras ellos, sentados en el suelo, cantaban Santa Bárbara, el
himno de los mineros.
Para
finalizar la noche dos mineros dijeron unas palabras a los
congregados, haciendo saber que no se rendirían y dejando claro que
ellos, los mineros, van a estar luchado junto a todos los sectores de
la sociedad que se mueven por evitar los recortes y ataques contra la
ciudadanía y la clase trabajadora. Los profesores, personal
sanitario, funcionarios, parados, jubilados, etc.
Al
concluír se emplazó a acudir a la manifestación del día
siguiente, que recorrería el Paseo de la Castellana desde Colón
hasta el Ministerio de Industria.
A las
once en punto partió la manifestación bajo un sol de justicia pero
con el ánimo, si cabe, más alto que la noche anterior. Había mucha
más gente, allí estaba todo el mundo, desde los sindicatos
mayoritarios hasta los más pequeños y combativos. Jóvenes y
mayores, madrileños y aturianos, leoneses, vascos, castellanos que
habían acudido en autobuses. El ambiente era ensordecedor, los
petardos no paraban de sonar por todas partes. La marcha sucedía de
manera totalmente pacífica y la presencia policial era, si no
escasa, al menos poco visible.
Todo
cambió al llegar a nuestro destino, el ministerio de industria. El
edificio se encontraba vallado y custodiado por al menos una decena
de furgones policiales. Unos cien metros más arriba estaba previsto
decir unas palabras desde un escenario habilitado para tal efecto, y
allí se situaron los líderes de los sindicatos mayoritarios junto
a los mineros.
Pero
la historia estaba en otro lado. Unos cuantos manifestantes se
empeñaban en derribar las vallas del perímetro de seguridad del
ministerio y algunos, pocos, comenzaron a lanzar objetos a la
policía. El ambiente comenzó a ponerse tenso y enseguida supimos
que aquello no podía acabar bien. En el escenario, a pocos metros,
comenzaron los discursos, tratando de mantenerse ajenos al
enfrentamiento que comenzaba entre manifestantes y policía. La
manifestación había quedado cortada casi al principio de la misma,
de manera que la mayoría de la gente se encontraba tras la gran
brecha que ya se había creado en el Paseo de la Castellana. Tal y
como temíamos comenzaron a aparecer grupos de antidisturbios desde
las calles adyacentes y comenzaron a a cargar contra quienes trataban
de invadir el perímetro de seguridad. Por momentos cundió el pánico
entre unos manifestantes que ni deseaban que sucedieran actos
violentos, ni estaban preparados para ellos. El sonido de las
escopetas de la policía ahogaba los petardos de los manifestantes.
Las pelotas de goma comenzaron a verse por los aires.
A mí
personalmente me fastidiaba que todo aquello estuviera sucediendo y
me negué a tomar parte en los enfrentamientos, pero quise estar
cerca para observar lo que sucedía. La policía disparaba y lo hacía
apuntando directamente al cuerpo de las personas, causando que en
unos minutos varios manifestantes resultasen heridos. Yo pude ver a una
señora de unos cincuenta años siendo atendida en un banco por el
impacto de una de esas pelotas.
Tras
una serie de escaramuzas, la manifestación quedó disuelta, y aunque
de fondo podían oírse las voces de quienes tomaban la palabra en el
escenario, casi nadie les hacía caso. Sabíamaos que en los
telediarios aparecerían los incidentes y que una vez más eso no
sería beneficioso para nadie salvo, tal vez, para el gobierno.
Quiero
hacer una reflexión sobre lo que he visto ésta mañana. ¿Por qué
empeñarse en provocar a unos policías que obedecen órdenes de sus
amos y que van armados hasta los dientes? ¿Alguien en su sano juicio
cree que podría derrotarlos? Y en el caso de que lo consiguieran ¿De
qué serviría? Es posible que en determinadas circunstancias no
quede más remedio que recurrir a la violencia, pero desde luego ésta
mañana no era el caso. Yo que estaba allí tengo que decir que la
policía no fue la que pegó primero. Ya sé que muchos lo estaban
deseando, que son los perros del poder y que hay quien les tiene
mucho asco. Pero debemos empezar a pensar de una manera más
práctica, aceptar que en ésta lucha cada cual está haciendo su
papel, tiene unas cartas y ha de jugarlas de la manera más
inteligente. Desde luego a violencia no les vamos a ganar.
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