Si has leído el post anterior, te preguntarás qué carajo tiene que ver el título con el contenido del texto. Te lo voy a aclarar.
No me he apuntado a un club de lectura, sino a dos. Voy a uno los martes y al otro los miércoles. Ambos saben de la existencia del “otro”, así que no siento estar poniendo los cuernos a ninguno de los dos.
Llegado al punto de soledad y desesperación en el que me dejé a mí mismo al final del anterior post, decidí empezar a hacer algo con mi vida. El primer requisito indispensable era abandonar el consumo de alcohol y estupefacientes. Limpiar la guarida y seguir el consejo que insistentemente me había dado mi madre hasta que dejó de hablarme. Pon en orden lo de fuera y se reflejará en tu interior. Así que manos a la obra.
Siempre he pensado que la voluntad lo puede todo, y que cuando no logras llevar a cabo tu objetivo es porque no lo quieres de verdad. Puedes desear algo, creer que estás convencido de ello, pero en la realidad sólo lo estás en una capa superficial. En esos casos, serás presa de múltiples contradicciones y luchas internas, ya que la parte de la que eres consciente quiere caminar hacia una dirección mientras que las capas inconscientes (múltiples partes de tu personalidad que te influyen sin que lo sospeches) luchan por correr en sentido contrario.
Al verme solo, rodeado de basura, botellas de vino vacías y restos de comida putrefacta por doquier... Atrapado en una espiral de autodestrucción que ya no podía llevarme a un punto más bajo, perdí el miedo a mí mismo. Es lo que se llama tocar fondo, no tener nada que perder. Y allí me encontré. Podría decir que me iluminé. Pasé varios días sin comer, porque ya ni siquiera me sentía capaz de salir de casa. Me compadecía de mí mismo y pasé días llorando como no lo hacía desde que era pequeño. Fue un llanto sincero, desgarrador, que muy al contrario de dejarme hundido y sin energía me dio una fuerza extraordinaria para salir del pozo que durante años me había estado cavando. Quedé tirado en el suelo del salón, extenuado, sin fuerzas ni para levantarme. No puedo decir cuánto tiempo pasé en ese estado como de letargo. Creo que fue mucho. Mi mente estaba tranquila, durante todo ese rato no me pasaron pensamientos por la cabeza. Estaba despierto, eso lo sé, pero de una manera extraña.
Como si hubiera un resorte instalado al fondo, cuando lo alcancé en mi caída libre me disparó hacia arriba con más fuerza todavía. Puse a todos los fragmentos de mi personalidad en fila y me dispuse a pasar revista. Sin juzgar a ninguno de ellos pero observándoles bien para saber quién es cada uno, qué puede aportarme y cuales son sus necesidades. Todos los yo quedaron satisfechos y convencidos del camino que tenemos que seguir. Y en eso estamos.
He decidido sinceramente caminar, hacer, conocerme, vivir, actuar.
Por eso no me ha costado ningún esfuerzo dejar de beber y de fumar. Ni siquiera le concedo a eso mérito alguno, ya que no me ha supuesto esfuerzo y según una máxima chejardiana, no tiene mérito alguno superar un problema en el que tú mismo te has metido.
El primer paso fue limpiar mi guarida. Pasé tres días completos sacando bolsas de basura y trastos inservibles, fregando a fondo cada una de las habitaciones (vivo en un viejo y enorme piso del casco antiguo con renta barata y que dicho sea de paso llevo varios meses sin pagar), y así se me pasaron sin darme cuenta los días de dependencia física. No pensé en fumar ni en beber. Llegaba a la noche tan agotado que me quedaba dormido inmediatamente, y al despertar a la mañana siguiente, me sorprendía al encontrarme la casa en un estado bastante aceptable. La actividad frenética de los días de limpieza me ayudó a coger una dinámica que me vendrá de perlas para enfrentarme a los retos de mi nueva vida.
En tres días la casa estuvo limpia, y pude salir a la calle, bien afeitado, aseado y con ropa limpia por primera vez desde que recuerdo ( el abuso de la marihuana me ha destrozado la memoria a medio y corto plazo). Caminé por las calles con la cabeza alta, sin vergüenza, sin sentirme inferior al resto de transeúntes con los que me cruzaba. ¡Cómo cambia el mundo dependiendo de la actitud con que lo mires! Ahora todo se me presentaba como fuente de oportunidades. Veía la belleza en cosas que hasta hacía una semana me habían parecido grotescas. Caminé hasta la catedral y me quedé allí un buen rato contemplando el horizonte. Tranquilo, respirando profundamente el fétido olor que emanaba del estanque del Parque del Mar y que en ese momento se me antojaba un olor placentero. Pensé en cuál sería el siguiente paso que daría en mi nueva vida.
Buscar a mis iguales
¿Cómo? ¿Dónde?
Un jugador los buscará en el casino. Un putero en un burdel. Un deportista en el gimnasio. Un lector empedernido debe buscarlos en la biblioteca. Y hacia allí me dirigí.