domingo, 16 de diciembre de 2012

¿Por qué las ideas dominantes no son las ideas de los dominantes?

Os ofrecemos un breve texto de Slavoj Žižek en el que contradice el principio marxista de que la ideología dominante es la de la clase dominante.

Extraído del libro "En defensa de la intolerancia", publicado en España por la editorial Sequitur en 2012.

      Cualquier universalidad que pretenda ser hegemónica debe incorporar al menos dos componentes específicos: el contenido popular "auténtico" y la "deformación" que del mismo producen las relaciones de dominación y explotación. Sin duda, la ideología fascista "manipula" el auténtico anhelo popular de un retorno a la comunidad verdadera y a la solidaridad social, frente a las desbocadas competición y explotación; sin duda "distorsiona" la expresión de ese anhelo con el propósito de legitimar y preservar las relaciones sociales de dominación y explotación. Sin embargo, para poder alcanzar ese objetivo, debe incorporar en su discurso ese anhelo popular auténtico. La hegemonía ideológica, así, no es tanto el que un contenido particular venga a colmar el vacío universal, como que la forma misma de la universalidad ideológica recoja el conflicto entre (al menos) dos contenidos particulares: el "popular", que expresa los anhelos íntimos de la mayoría dominada, y el específico, que expresa los intereses de las fuerzas dominantes.
Cabe recordar aquí esa distinción propuesta por Freud entre el pensamiento onírico latente y el deseo inconsciente expresado en el sueño. No son lo mismo, porque el deseo inconsciente se articula, se inscribe, a través de la "elaboración", de la traducción del pensamiento onírico latente en el texto explícito del sueño. Así, de modo parecido, no hay nada "fascista" ("reaccionario", etc.) en el "pensamiento onírico latente" de la ideología fascista (la aspiración a una comunidad auténtica, a la solidaridad social y demás); lo que confiere un carácter propiamente fascista a la ideología fascista es el modo en que ese "pensamiento onírico latente" es transformado/elaborado, a través del trabajo onírico-ideológico, en un texto ideológico explícito que sigue legitimando las relaciones sociales de explotación y de dominación. Y, ¿no cabe decir lo mismo del actual populismo de derechas? ¿No se apresuran en exceso los críticos liberales cuando despachan los valores a los que se remite el populismo, tachándolos de intrínsecamente "fundamentalistas" y "protofascistas"?

      La no-ideología (aquello que Frederic Jameson llama el "momento utópico" presente incluso en la ideología más atroz) es por tanto absolutamente indispensable; en cierto sentido, la ideología no es otra cosa que la forma aparente de la no-ideología, su deformación o desplazamiento formal. Tomemos un ejemplo extremo, el antisemitismo de los nazis: ¿no se basaba acaso en la nostalgia utópica de la auténtica vida comunitaria, en el rechazo plenamente justificable de la irracionalidad de la explotación capitalista, etc.?
Lo que aquí sostengo es que constituye un error, tanto teórico como político, condenar ese anhelo por la comunidad verdadera tildándolo de "protofascista", acusándolo de "fantasía totalitaria", es decir, identificando las raíces del fascismo con esas aspiraciones (error en el que suele incurrir la crítica liberal-individualista contra el fascismo): ese anhelo debe entenderse desde su naturaleza no-ideológica y utópica. Y lo que lo convierte en ideológico es su articulación, la manera en que la aspiración es instrumentalizada para conferir legitimación a una idea muy específica de la explotación capitalista (aquella que la atribuye a la influencia judía, al predominio del capital financiero sobre el capital "productivo" que, supuestamente, favorece la "colaboración" armónica de los trabajadores...) y de los medios para ponerle fin (desembarazándose de los judíos, obviamente).

      Para que una ideología se imponga resulta decisiva la tensión, en el interior mismo de su contenido específico, entre los temas y motivos de los "oprimidos" y los de los "opresores". Las ideas dominantes no son NUNCA directamente las ideas de la clase dominante. Tomemos un ejemplo quizás más claro: el Cristianismo, ¿cómo llegó a convertirse en la ideología dominante? Incorporando una serie de motivos y aspiraciones de los oprimidos (la Verdad está con los que sufren y los humillados, el poder corrompe...) para re-articularlos de modo que fueran compatibles con las relaciones de poder existentes. Lo mismo hizo el fascismo. La contradicción ideológica de fondo del fascismo es la que existe entre su organicismo y su mecanicismo: entre la visión orgánica y estetizante del cuerpo social y la extrema "tecnologización", movilización, destrucción disolución de los últimos vestigios de las comunidades "orgánicas" (familias, universidades, tradiciones locales de autogobierno) en cuanto "microprácticas" reales del ejercicio del poder. En el fascismo, la ideología estetizante, corporativa y organicista viene a ser la forma misma con la que se reviste la inaudita movilización tecnológica de la sociedad, que trunca los vínculos "orgánicos"...
Si tenemos presente esta paradoja, podremos evitar esa trampa del liberalismo multiculturalista que consiste en condenar como "protofascista" cualquier idea de retorno a vínculos orgánicos (étnicos o de otro tipo). Lo que caracteriza al fascismo es más bien una combinación específica de corporativismo organicista y de pulsión hacia una modernización desenfrenada. Dicho de otro modo: en todo verdadero fascismo encontramos indefectiblemente elementos que nos hacen decir: "Esto no es puro fascismo: aún hay elementos ambivalentes propios de las tradiciones de la izquierda o del liberalismo". Esta remoción, este distanciarse del fantasma del fascismo "puro", es el fascismo tout court. En su ideología y en su praxis, el "fascismo" no es sino un determinado principio formal de deformación del antagonismo social, una determinada lógica de desplazamiento mediante disociación y condensación de comportamientos contradictorios.

      La misma deformación se percibe hoy en la única clase que, en su autopercepción "subjetiva", se concibe y representa explícitamente como tal: es la recurrente "clase media", precisamente esa "no-clase" de los estratos intermedios de la sociedad; aquéllos que presumen de laboriosos y que se identifican no sólo por su respeto a sólidos principios morales y religiosos, sino por diferenciarse de , y oponerse a, los dos "extremos" del espacio social: las grandes corporaciones, sin patria ni raíces, de un lado, y los excluídos y empobrecidos inmigrantes y habitantes de los guetos, por otro.
La "clase media" basa su identidad en el rechazo a estos dos extremos que, al contraponerse directamente, representarían el "antagonismo de clase" en su forma pura. La falsedad constitutiva de esta idea de la "clase media" es por tanto semejante a aquella de la justa línea de Partido que el estalinismo trazaba entre las "desviaciones de izquierda" y las "desviaciones de derecha": la "clase media", en su existencia "real", es la falsedad encarnada , el rechazo del antagonismo. En términos psicoanalíticos, es un fetiche: la imposible intersección de la derecha y de la izquierda que, al rechazar los dos polos del antagonismo, en cuanto posiciones "extremas" y antisociales (empresas multinacionales e inmigrantes intrusos) que perturban la salud del cuerpo social, se autopresenta como el terreno común y neutral de la Sociedad. La izquierda se suele lamentar del hecho de que la línea de demarcación de la lucha de clases haya quedado desdibujada, desplazada, falsificada, especialmente, por parte del populismo de derecha, que dice hablar en nombre del pueblo cuando en realidad promueve los intereses del poder. Este continuo desplazamiento, esta continua "falsificación" de la línea de división (entre las clases), sin embargo, ES la "lucha de clases": una sociedad clasista en la que la percepción ideológica de la división de clases fuese pura y directa, sería una estructura armónica y sin lucha; por decirlo con Laclau: el antagonismo de clase estaría completamente simbolizado, no sería imposible/real, sino simplemente un rasgo estructural de diferenciación.

lunes, 3 de diciembre de 2012

Propaganda fascista en Madrid


Durante la guerra civil española, Madrid se convirtió en símbolo internacional de resistencia contra el fascismo. El lema "No pasarán!" dio la vuelta al mundo.
Desde la sublevación militar del 18 de julio de 1936, y su fracaso en la ciudad de Madrid, su toma se convirtió en objetivo prioritario para los golpistas por su altísimo poder estratégico y simbólico.
Comenzó un duro acoso a la capital, primero desde el norte (general Mola), y más tarde también desde el sur y el este (generales Varela y Yagüe).
Por más que lo intentaban, los continuos embites de las tropas sublevadas eran repelidos por las columnas republicanas con el apoyo de las brigadas internacionales y el armamento soviético.
A pesar de los continuos bombardeos que sufrío la capital, y de los estragos ocasionados por los bombarderos Junker nazis (y protegidos por los Fiat enviados por la Italia fascista de Mussolini), el frente se estabilizó y el bando nacional comenzó un duro asedio que no terminó hasta la rendición de Madrid el 28 de marzo de 1939.

Hoy, 73 años después podemos decir que pasaron. ...Y vaya si pasaron.

Desde la llegada de la democracia, las fuerzas vivas del movimiento, los nostálgicos fascistas y los autoproclamados patriotas han visto su actividad política y social reducida a un papel residual, repudiados oficialmente por los partidos democráticos e ignorados por la inmensa mayoría de la sociedad española.
La actitud de algunos partidos políticos (como el PP) a los que se acusa de actuar cínicamente respecto a la falange y otras organizaciones de la extrema derecha (repudiándoles en público pero reconociéndoles en privado) es la de beneficiarse de la existencia de una extrema derecha radical que amplía el espectro político por ese lado, colocándoles a ojos de la opinión pública en posiciones moderadas y centristas. Además en la práctica quienes profesan ideas ultraderechistas consideran más útil dar su voto al PP.

En los últimos meses, y con la excusa del repunte dramático de la crisis económica, estoy asistiendo perplejo a la impunidad con la que se desenvuelven dichos grupos radicales en Madrid. Con eslóganes tan simplistas como populistas, acusan a los inmigrantes y a los separatistas vascos y catalanes de la penosa situación en la que nos encontramos.
No dudan en empapelar Madrid con carteles y pegatinas que bajo el eslogan de Vuelva General, exponen el busto del dictador Franco. Convocan manifestaciones bajo el lema "El problema es la democracia", incluyen símbolos inconstitucionales como el águila de San Juan o el yugo y las flechas falangistas. No tienen inconveniente en convocar actos de homenaje al dictador Francisco Franco sin que las autoridades democráticas tomen cartas en el asunto (hay que decir que gracias a la presión popular han tenido que suspender algunos actos de este tipo), y convocar manifestaciones y actos contra la constitución.

Mientras las leyes reprimen duramente la apología del terrorismo, y detienen e ilegalizan a organizaciones y personas bajo tal acusación (http://www.publico.es/culturas/399868/detenido-el-rapero-pablo-hasel-por-presunta-apologia-del-terrorismo), y grupos musicales y artistas son vetados por similares acusaciones, las organizaciones fascistas y neonazis pueden inundar Madrid con su propaganda sin sufrir sanción alguna.
Siendo malpensado podría llegar a la conclusión de que el gobierno del PP hace la vista gorda porque en el fondo no están en desacuerdo con ellos. También podemos darle la vuelta al razonamiento y pensar que les ignoran para no darles publicidad.

A mí personalmente lo que más me sorprende e indigna es descubrir que el tablón de anuncios predilecto para su propaganda son los escaparates de las entidades bancarias. Si nos damos un paseo por casi cualquier barrio de Madrid podemos encontrar los cristales de todos los bancos atiborrados de carteles y pegatinas, que pasan allí días e incluso semanas sin que sean retirados.


Cualquier ciudadano que alguna vez en su vida haya salido a hacer una pegada de carteles por las calles se ha dado cuenta de que no duran más de unas horas. Ya sea por medio del servicio municipal de limpieza o las contratas de limpieza privadas de las entidades financieras, los carteles políticos no resisten más de un día o dos. En cambio, los carteles y pegatinas como los expuestos en las fotografías, pasan semanas pegados en los escaparates antes de ser arrancados (a menudo por los propios ciudadanos).
Y yo me pregunto. ¿Será que los bancos al reducir gastos ya no pueden permitirse el servicio de limpieza?
Más bien me veo inclinado a pensar que hoy, como ayer, los bancos se sienten más seguro bajo un régimen autoritario de extrema derecha, que ante una democracia que pueda sancionar sus desmanes (que es lo que piden los movimientos sociales).
La banca española e internacional apoyó el ascenso de las dictaduras en España, Italia, Alemania, etc. En España el banquero Joan March fue uno de los principales patrocinadores del golpe y quien pagó el alquiler del avión Dragon Rapide que trasladó a Franco desde las islas Canarias hasta el norte de África para reunirse con sus ejércitos.

La dejación de funciones por parte de la justicia y el gobierno, sumada a la complicidad de la banca, puede dar lugar a situaciones poco deseables.
Aunque aparentemente el peligro de éstos extremistas es bajo, en épocas de crisis una parte de la pobación más castigada (proveniente en parte de los estratos económico-sociales y culturales bajos) puede verse seducida por el simplismo fascista. Necesitamos chivos expiatorios, y ellos nos ofrecen a los inmigrantes y separatistas en bandeja de plata.
Vemos cómo en Grecia el partido neonazi Amanecer Dorado sería la tercera fuerza política según los sondeos. Vemos cómo en Francia el Frente Popular de Marine Le Pen consiguió el 18% de los votos en las últimas elecciones, el partido Jobbik logró un importante apoyo en Hungría, el afianzamiento de la ultraderecha en Polonia y el crecimiento en países como Suecia, Suiza y Noruega.
En España los partidos de extrema derecha, como España 2000, Democracia Nacional, Falange (en sus diferentes vertientes) o el MSR, consiguen muy pocos votos. Sólo Plataforma per Catalunya ha logrado éxito electoral al situarse como sexta fuerza política en Cataluña. Eso sucede porque hasta ahora el voto derechista va a parar al PP, pero... ¿Qué pasará cuando los obreros de derechas se harten de las mentiras del partido de la gaviota?

En momentos de crisis la ciudadanía deja de confiar en los partidos tradicionales y tiende a inclinarse hacia opciones más radicales. Lo natural sería que se inclinasen hacia la izquierda, como de hecho ocurre; pero también pueden hacerlo hacia la derecha debido a que sus discursos populistas pueden llegar a convencer a quienes no disponen de formación e información suficiente.

Las fotos que adjunto fueron tomadas durante un breve paseo por el barrio de Salamanca. Supongo que es donde más concentración hay, ya que entiendo que a las juventudes patrióticas les da pereza alejarse mucho de casa.