lunes, 1 de octubre de 2012

Empoderamiento ciudadano


Antes de la democracia y de que la constitución reconociera a todos los individuos el estátus de ciudadanos, los derechos y libertades que hoy nos parecen "naturales" como el voto, reunión, libertad de expresión, etc, no existían más que para unos pocos privilegiados. Las clases populares no tenían derecho a intervenir en la vida política, ni siquiera de forma representativa. Eran oprimidos y siempre lo habían sido, ya fuese por el señor, el amo, el empresario, el rey o el obispo.
Estaban expuestos a una gran inseguridad y por eso los obreros, vecinos, estudiantes, artesanos, jornaleros desrollaron entre ellos fuertes vínculos y redes sociales, para protegerse y ayudarse unos a otros. Una desgracia sucedida a una familia del pueblo incumbía también a sus vecinos, que se volcaban en ayudar. Una desgracia sucedida a un obrero en la fábrica incumbía a sus compañeros, que se apresuraban a apoyarse (aunque los obreros fabriles conservaban la solidaridad como reminiscencia de un pasado cercano en el pueblo. La conciencia de clase la recuperó, pero la vida en las ciudades es un germen para el individualismo). La cultura popular era solidaria, tal vez por necesidad, tal vez por supervivencia.
Cuando a la cultura solidaria popular se le sumó una ideología emancipatoria como el socialismo, fue fácil que cristalizara en organizaciones de diversa índole, de manera que actuando juntos y coordinados, consiguieron un poder real que podían utilizar para mejorar sus vidas.
Cuando los obreros comenzaron a organizar las primeras huelgas, éstas no eran legales. Los obreros no tenían el derecho a organizarse en sindicatos ni convocar huelgas. El gobierno y los empresarios podrían decir en aquella época – Quéjense si quieren, pero deben respetar el marco legal, ¡no pueden saltarse las leyes a la torera! -. Si los obreros hubieran obedecido las leyes, tal vez hoy todavía tendríamos las condiciones laborales del S.XIX. Pero no lo hicieron. Desobedecieron, se enfrentaron a los palos, la cárcel y las balas para conseguir poner en pie una herramienta que en los años sucesivos ayudó enormemente al empoderamiento real de la clase trabajadora. Gracias a organizarse en sindicatos y a convocar huelgas, los obreros lograban intervenir en un área que hasta entonces era monopolio de los empresarios; la economía. En pleno auge del capitalismo industrial, los obreros eran capaces de detener la producción de forma indefinida. Evidentemente eso suponía un grave problema para el sistema capitalista que en esos años se basaba en la producción. Primero trataron de evitarlo utilizando su fuerza y la del Estado. Policía, pistoleros, represión, despidos... Pero las redes de los obreros, sus cajas de resistencia, apoyo mutuo y solidaridad, hacían frente con éxito a las agresiones estatales – empresariales. Los obreros, insignificantes individualmente o en pequeños grupos, tenían una fuerza descomunal al organizarse. Habían equilibrado la relación de fuerzas, se habían empoderado.
En los años siguientes la clase trabajadora consiguió muchas mejoras y derechos, no porque el gobierno se los concediera, sino porque conseguían arrancarlos. Habían logrado poder, y lo ejercían sin formar parte de gobiernos ni parlamentos.Crearon sus propias redes culturales, ateneos, escuelas libres, casas del pueblo, prensa, incluso estructuras económicas como colectividades y cooperativas.
La dictadura destruyó todas esas redes.
Con la llegada de la democracia, el Estado se asignó la misión de velar por los derechos alcanzados por los ciudadanos. Éstos sólo tenían que elegir a sus representantes en el parlamento, en los comités de empresas, en los consejos escolares, en las juntas municipales... De manera que las redes sociales ciudadanas, las organizaciones de base que constituyeron el poder real de los ciudadanos y que durante el franquismo trataron de sobrevivir en la clandestinidad, ya no tenían razón de ser. Se disolvieron y fueron sustituídas por organizaciones institucionalizadas de representantes. 
El poder real de los ciudadanos desaparece y se transforma en un poder transferido a quienes se supone que representan su voluntad.
Los años han demostrado que las organizaciones encargadas de representar los intereses colectivos no cumplen con su función. Ni los partidos políticos, ni los sindicatos (conviene recordar que sólo UGT y CCOO tienen el estátus de representativos a nivel nacional) son realmente democráticos aunque traten de aparentarlo, ya que las constitución les obliga (art. 6 y 7). Las bases son meras comparsas, y unas cúpulas áltamente burocratizadas deciden sin tener en cuenta más que sus propios intereses; fundamentalmente mantener cuota de poder.
Entonces los ciudadanos que antaño formaron grupos de base, quienes lograron enpoderarse y arrancar derechos, junto con sus descendientes nacidos ya en democracia y sin conocer otra cosa más que la representatividad, se desengañan. Exigen, no acabar con la democracia, sino más democracia, lograr ser tenidos en cuenta como en otra época lo fueron. Es decir, buscan empoderarse de nuevo, no metiendo a diputados en el parlamento, sino que los parlamentarios tengan que tenerles en cuenta para gobernar, nivelar la relación de fuerzas.
Lo que sucede es que cuando queremos hacer ésto nos encomtramos con una sociedad muy diferente de aquella que se empoderó gracias a sus vínculos y organizaciones. Porque el individualismo se ha impuesto de manera que pocos se sienten unidos a sus compañeros (no ya de oficina, sino trabajadores en general. No ya amigos de clase, sino estudiantes en general. No ya con el vecino de la puerta de al lado, sino con el barrio, etc). El vínculo social está roto y ha sido sustituído por la competitividad extrema entre nosotros. Puede que la clase obrera no exista ya tal y como la definió Marx, pero existe una diferencia fundamental entre quienes acaparan la propiedad privada, el capital, el poder económico, político e ideológico... Y aquellos que nacen con la obligación de vender su fuerza de trabajo (física o intelectual) para poder vivir.
Que no pueden siquiera decidir donde trabajan, sino aceptar el trabajo que se les ofrezca.
Que no tienen capacidad para decidir realmente sobre sus propias vidas y mucho menos sobre el rumbo del país, por mucho que la propaganda oficial nos diga lo contrario. 
El problema es que muchos nos lo hemos creído. Hemos asimilado la cultura, idología y argumentos de quienes tienen el poder, y creemos que para vivir mejor tenemos que competir con nuestro vecino en lugar de colaborar con él. El mercado ha colonizado todas las áreas que en su momento conquistaron los ciudadanos. Tanto la educación como los medios de comunicación, la economía, la cultura... Pertenecen al mercado.

La propaganda oficial es my poderosa y no para de repetir que democracia es votar, que si no estamos contentos cambiemos nuestro voto, que el estado de derecho no permitirá transgredir las normas, que los políticos son los representantes legítimos del pueblo, etc.
Pero no dicen que el poder real, aquel que no reside en el parlamento, lo acaparan otros grupos. Que los mercados, los grandes capitales, empresarios etc, se agrupan en lobbys, patronales y confederaciones sectoriales, y ellos no recurren al voto para conseguir lo que quieren. Tienen poder real y lo ejercen. Un poder real del que privan a los ciudadanos, y que muchos de nosotros nos lo negamos también o ignoramos siquiera la posibilidad de su existencia.
Por lo tanto el problema es doble.
      • Por un lado, los vínculos comunitarios están rotos, y los ciudadanos estamos mutando (como dijo Pasolini) en consumidores. Muchos ciudadanos no desean empoderarse, ni siquiera se lo plantean y si lo hacen no entienden para qué serviría. Ya hay otros – piensan ellos – que se encargan de éstas cosas. La política a los políticos. Yo lo que quiero es tabajo y recuperar mi nivel de vida. Comprar y consumir a tutiplen.
      • Por otro lado aquellos muchos que desean empoderarse de nuevo, están desorientados. Dan palos de ciego sin saber cómo adaptarse a la nueva realidad. Buscan las viejas organizaciones que en su momento sirvieron, pero éstas o no están o ya no son útiles. Piensan en nuevas formas de organizarse más allá de los paradigmas conocidos, pero esa es una difícil labor, y hasta ahora no se está consiguiendo satisfactoriamente.

SINDICATOS. En nuestro país existen muchos, algunos de ellos muy combativos, pero al igual que sucede con los partidos políticos, la representatividad de los trabajadores está institucionalizada en los sindicatos mayoritarios; UGT y CCOO. Al igual que sucede con PSOE PP en el ámbito de la política nacional, reciben prebendas y trato preferente por parte de la legislación, por lo que la libre competncia entre organizaciones queda totalmente viviada.
Con respecto a los grandes sindicatos, han perdido mucha fuerza debido a la desindustrialización, al auge del sector terciario, a la pérdida de la solidaridad y la conciencia de clase, la aumento de la población desempleada, a la división entre autónomos, temporales, fijos, funcionarios, precarios, subcontratados etc. Aparte hay que sumar los ataques que les han lanzado y les lanzan sistemáticamente desde el neoliberalismo político e ideológico con el fin de debilitar las organizaciones obreras para minar su resistencia en el proceso de desmantelamiento del Estado de Bienestar. A eso hay que sumar también la función reaccionaria que en demasiados casos hacen éstas organizaciones dentro y fuera de las empresas, tratando de conseguir votos en las elecciones a toda costa para que repercuta en delegados y representatividad (en mi pasado sindicalista he vivido las situaciones de listas pro empresas diseñadas por éstos sindicatos), y anteponiendo los intereses de sus organizaciones a los de la sociedad en general y la clase trabajadora en particular. A su pérdida del carácter revolucionario puesto que en el pacto social aceptaron el sistema capitalista, el crecimiento como máxima, la propiedad privada sin límites. Criticar el capitalismo sin criticar el crecimiento es una incoherencia.
El índice de afiliación es bajísimo, pero los trabajadores no se han desafiliado a los sindicatos para participar en otras organizaciones, sino que ha dado como resultado un vacío.

HUELGA: para convocar una huelga general, que es la única con fines emancipatorios globales, en primer lugar hay que contar (si no legalmente, sí de facto) con la convocatoria de las grandes centrales sindicales, y éstas sólo lo hacen cuando interesa a sus propios intereses. Aun así, cuando las convocan, tienen problemas para conseguir grandes índices de participación dado su gran desprestigio social.
Además la huelga es inasumible para muchos trabajadores que no pueden soportar económicamente más de uno o dos días sin salario.
En el sector servicios, la precariedad e inseguridad laboral hacen al trabajador mucho más vulnerable a las presiones del empresario. Al estar físicamente separados, los trabajadores no desarrollan el sentimiento de camaradería de las grandes inductrias (en la lucha de los mineros pude ver el último reducto de ese tipo de compañerismo y lucha abocado a la extinción).
Aunque la huelga lograra ser exitosa, hasta ahora en democracia no se ha convocado más de un día. Las leyes limitan mucho el derecho de huelga, ya que los servicios mínimos impiden que el país quede económicamente paralizado. Aunque supone perjuicio, las empresas se preparan para aguantarlo y al día siguiente paz y después gloria.

MANIFESTACIONES: al igual que sucede con el derecho a la huelga, que formalmente se reconoce pero en la práctica está capado, el derecho a manifestarse es similar. Primeramente, la debilidad de las organizaciones tradicionales dificultan la convocatoria masiva, el boicot de los medios de comunicación y su tergiversación de las causas e intereses ante la opinión público, priva a las manifestaciones populares de parte de su fuerza. Las leyes obligan a los manifestantes a respetar los lugares y límites que marcan las autoridades (que normalmente son el blanco de las manifestaciones), y el aparato represivo está siempre preparado para actuar implacablemente en cuanto alguien quebrante la normativa.
Aaun en el caso de que, como sucedió durante el movimiento 15M en 2011, se superen los obstáculos, el movimiento conecte con gran parte de la ciudadanía y se sucedan manifestaciones masivas... Aunque se pille a contra pie a los MMCC y no se atrevan a oponerse frontalmente al movimiento (al menos al principio, hasta que se recolocaron y contraatacaron destrozándolo a ojos de la opinión pública en cuestión de meses)... Su resultado es nulo. Es decir, las manifestaciones por sí solas no cambian realidades, no obligan a gobiernos a modificar su postura. Porque la tesitura en la que nos ponen es que si cumplimos las normas nos dejan manifestarnos, gritamos ante edificios vacíos y luego nos vamos sin cambiar nada. Si los ánimos se encienden y se decide a desobedecer, el aparato represor caerá con toda la fuerza de sus porras y pelotas de goma. Por lo tanto una manifestación es muy útil como comienzo, como pulso, como toma de contacto, como acumulación de energía. Pero una vez sucede hay que llevar esa energía hacia alguna parte, ya sea la revolución (si se consigue aglutinar a una parte importante de la población, cosa que es difícil enfrentándose al poder brutal de los MMCC) o la puesta en marcha de proyectos políticos ciudadanos de diversa índole. Si el 15M sacó a la calle a cientos de miles de personas sirve para calcular el potencial de participación y aceptación de proyectos.

En conclusión:
SINDICATOS: han de seguir existiendo, son una herramienta útil para lograr mejoras o más bien evitar agravios y ataques a los trabajadores tanto en las empresas como en las leyes. Pero ya no son las organizaciones que aglutinan a la mayoría de la población como sucedía con la clase obrera hace décadas.
HUELGAS: herramienta a seguir utilizando en las luchas sindicales y tal vez con carácter revolucionario si la situación de conflictividad social llega a ciertos límites y la gente está dispuesta a hacerla indefinidamente y saltandose las normas.
MANIFESTACIONES: útiles herramientas para tomar el pulso, para reunir fuerzas, pero mueren por sí solas si no se traducen en iniciativas que canalicen la energía.