¿Dónde estás, Príncipe Vagabundo?
Ya no soporto estar lejos de ti.
¿Andarás por algún lugar lejano, viendo y escuchando a las personas, aprendiendo de ellas, enseñandolas a vivir...?
¿Cómo puedes hacerlo? ¿Cómo consigues soportarlo?
Yo ya tuve mi tiempo, no espero más. Aprendí todo lo que pude. Me enseñaste a vivir, o al menos eso creía yo. Cuando les conozco... Cuando veo dentro de ellos... Sé que todavía no estoy preparado.
Me ahogo en un mundo de cartón piedra, en el que nada es lo que parece y peor aún, nada ni nadie es lo que dice ser.
En mi país decimos que hay democracia, pero no es cierto. Cuando leo y pienso sobre ese concepto, capto su esencia y me gusta. Un sistema que se rige por la suma de las voluntades de todos. Una comunidad de personas que se preocupan por formarse e informarse para así poder decidir qué es lo que más interesa para el bien común. Ciudadanos que respetan a los demás y desean que sean tan felices como ellos.
Un sistema en el que nadie queda excluído, en el que existe separación de poderes para garantizar, por ejemplo, la imparcialidad de la justicia.
Dicen que todos nacemos con los mismos derechos y obligaciones. Dicen que somos iguales ante la ley. Pero es mentira.
Cuando cierro el libro y salgo de casa veo lo diferente que es la realidad. Un país de ignorantes que piensan que son libres y que cada cuatro años votan para elegir a los candidatos que la tele les ofrece. Veo un país donde quien nace pobre morirá pobre. Quien tiene padres ignorantes será ignorante. Veo un país donde cada uno va a lo suyo, donde reina el sálvese quien pueda, donde sólo importo yo, mi familia y mis amigos. Y no puedo soportarlo.
Todo es mentira.
Dicen que existen los derechos humanos, universales e inalienables. Dicen que los países occidentales, como el mío, los defienden a conciencia y tratan de implantarlos por el mundo. Exportan democracia a los países atrasados en el mismo contenedor que las armas para que se exterminen.
Roban tierras a comunidades lejanas y les someten a la miseria y la muerte para conseguir a buen precio sus recursos naturales. Son los mismos que salen en la tele diciendo lo contrario. Y me da mucho asco, no puedo evitarlo.
La política no importa, me digo a veces. Hay que creer en las personas.
Entonces salgo al centro y me emborracho de multitud. Camino entre las mareas humanas y les observo. Casi nunca solos. En pareja algunos, en grupo los más. Les miro y parecen felices. Seguros de sí mismos. Nadie está triste, nadie tiene problemas, salvo quienes no pueden ocultarlos.
Cuando conozco a cada persona por separado y le doy tiempo a confiar y soltarse un poco... En cuanto paso unas horas con ellos escuchándoles me doy cuenta de lo lejos que cada uno está del personaje que representa cuando sale de casa.
Gente llena de traumas, de miedos y complejos, de frustración e infelicidad. Narcisismo burdamente maquillado.
Busco algo auténtico, algo que sea real y que me salve, pero no lo encuentro. Porque todo es mentira.
Algunas noches de soledad trato de buscar consuelo en La Biblia. Pienso que en un libro sagrado encontraré autenticidad y trato de observar la vida de Jesucristo.
Ahora sabemos que existió, aunque no está tan claro que hiciera y dijera todo lo que en los Evangelios se cuenta. Aun así representa los valores cristianos, y acumula en una sola persona todas las virtudes que los seres humanos deberíamos tener para poder alcanzar una sociedad feliz y justa.
Eso es auténtico.
Cuando cierro el libro todavía tengo en la cabeza la imagen conceptual de lo que Cristo representa. Por eso salgo al mundo y busco entre sus seguidores. Espero encontrar los valores cristianos, o al menos al voluntad sincera de llegar a conseguilos. Pero por supuesto la realidad es otra. ¿Quienes son hoy en día los guardianes de la fe? La iglesia Católica, el Opus Dei, los Legionarios de Cristo. Gente mentirosa, falsa, violenta, egoísta, insolidaria, que provoca o se aprovecha del mal ajeno para lograr riqueza y poder. Todo eso en nombre de Cristo. Y no lo sopoto.
Asqueado de todo decido evadirme y me junto con unos amigotes para irme de jarana y emborracharme. Pero descubro que eso también es falso. Más aún si cabe. Los anuncios de alcohol prometen grandes sensaciones, diversión y sexo desenfrenado. Pero cuando pido una copa en cualquier discoteca me encuentro que lo que me sirven no es alcohol, sino eso que llaman garrafón, que está malo y provoca diarrea y dolor de cabeza al día siguiente. También es mentira. Igual que las risas y las máscaras de la fauna humana de la noche, que al día siguiente amanecen resquebrajadas y resecas.
Todo es mentira, y no lo aguanto más.
La publicidad nos ofrece productos fantásticos, que nos harán la vida mucho más fácil. Coches seguros y veloces. Teles con calidad HD, desodorantes que atraen a las chicas por arte de magia. Relojes que nos harán parecernos a Rafa Nadal. ¡Detergentes que nos dejan la ropa más blanca!
Compramos porque queremos ser personas de éxito; deseamos tan desesperadamente ser amados que nos creemos las promesas de la publicidad. Aunque al final nunca se cumplan, seguimos creyendo en ellas.
Como ese viaje a Punta Cana, en el que pensabas que ibas a conocer la República Dominicana, pero solo conociste un hotel en el que sevían mojitos y los camareros iban vestidos de manera exótica. Un día trataste de salir a dar un paseo y el recepcionista te adviertió. No lo haga, salir del hotel sería demasiado peligroso. Quédese en la mentira porque la realidad puede matarle.
Definitivamente todo es mentira. Pero no desisto en mi búsqueda de lo auténtico, de la verdad.
Encontré en la biblioteca a un indio que hablaba sobre el Yoga. Se llamaba Suami Vishnu Devananda, y me impresionó. Durante días leí y pensé en las enseñanzas que aquel hombre había escrito, y me parecieron auténticas. Quería aprender más y encontré una escuela llamada Sivananda, que seguía sus enseñanzas y era la derivación de la escuela que Devananda fundó cuando llegó a occidente.
El precio de las clases era muy caro, pero pensé que merecía la pena pagarlo para que alguien me enseñara las cosas que un libro no puede. Me sometí a algunas privaciones de más y gracias a eso pude pagar la cuota de inscripción.
En la escuela olía a incienso, había mucha gente que como yo comenzaba y otros que ya hacía tiempo que practicaban. Ataviados muchos de ellos con las vestmentas típicas del Yoga. Grandes cuadros con las caras de los fundadores (reconocí a Suami) colgadas de las paredes. CD´s, libros, camisetas, incienso y té a disposición del cliente.
Pasaron los días y me di cuenta de que también era mentira. No veía relación entre lo que leí en El Libro del Yoga y lo que encontraba en las clases de la escuela. Tuve paciencia, continué asistiendo y gastando dinero, pero allí no había maestros ni pupilos, sino monitores y clientes. El yoga del libro es el ideal, lo auténtico, mientras que el yoga de la escuela es lo real, el sucedaneo.
Paradojicamente en la realidad está lo falso; en lo ideal lo auténtico.
Tú me dijiste, Príncipe Vagabundo, que si me mantenía despierto y alerta encontraría la verdad. Pues cuanto más abro los ojos menos me gusta lo que veo.
Y reflexionando sobre todo esto llego a una conclusión. El mundo en el que vivo es de mentira porque las personas que lo habitamos también lo somos. Ya no somos turistas solamente cuando viajamos. Somos turistas 24 horas al día. Tal vez sólo cuando dormimos dejamos de serlo. Tal vez sólo cuando estamos en intimidad y conscientes de nuestro malestar dejamos de serlo. Tal vez sólo cuando lloramos nos permitimos ser nosotros de verdad.
Una sociedad de turistas no quiere cosas auténticas, sino souvenirs y decorados para fotografiar. Camisetas que acrediten que has estado en ese país, o en el festival de Benicassim, o que haces Yoga o qué se yo.
La realidad duele, puede ser dura y violenta. Cuesta tiempo y esfuerzo llegar a conseguir las cosas auténticas, y por eso los turistas la desprecian. Cuesta menos parecer que eres algo que serlo de verdad. Lo que importa es lo que los demás piensen de nosotros. Eso es lo que somos de verdad. Por tanto ¿Qué importa que sea falso?
¿Alguien aceptaría a un maestro que le exigiera cambiar su modo de vida, desapegarse de lo material, llevar una disciplina? Muy pocos.
En cambio la escuela Sivananda, así como las demás, está llena de clientes. Porque sólo necesitas tener dinero para pagar la mensualidad. A partir de ahí nadie te exige, no tienes que sufrir ni trabajar duro. Puedes hacer Yoga sin esfuerzo, pero por supuesto hay que aceptar que ese Yoga es de mentira.
Quieres ir a Republica Dominicana, pero no te atreves a salir del hotel por si te pasa algo.
Quieres ver leones pero no quieres correr el riesgo de que te coman.
Quieres ser bohemio pero no quieres pasar hambre y frío.
Quieres estar en forma, pero no quieres salir cada día a correr al parque porque llueve y hace frío.
Quieres ser cristiano, pero no quieres hacer voto de pobreza ni poner la otra mejilla.
No quieres esforzarte cada día de la semana. Prefieres pagar para tenerlo aquí y ahora, aunque sea mentira.
Y como dijo aquel joven iraní... ¡Todos somos turistas!
P.D. No amo al hombre por lo que es, sino por lo que puede llegar a ser.